martes, 25 de mayo de 2010

El sol del veinticinco




Horacio Vázquez-Rial

El título de este artículo es el de una canción patriótica argentina que cantaba Carlos Gardel y que alude al amanecer del 25 de mayo de 1810, día de la discreta revolución que llevó a la independencia del país "en nombre de Fernando VII", de la que se cumplen ahora 200 años.

Como la celebración del bicentenario de las independencias iberoamericanas está resultando una payasada burocrática, parece útil contar cómo fue aquello, al menos en los estrechos márgenes de un artículo. Empecemos por decir que lo de conmemorar ahora el bicentenario del nacimiento de veinte naciones es producto de un acuerdo. Ciertamente, Argentina o México toman como referencia 1810, aunque la independencia efectiva de esos países no se haya concretado hasta 1816, en el primer caso, y hasta 1821, en el segundo. Haití ya era independiente en 1808 (a Bonaparte le traía sin cuidado América, por eso vendió la Luisiana a Jefferson sin vacilar, y para lo que les sirvió a los haitianos ese adelanto en el calendario...); Venezuela no fue reconocida hasta 1845, y Colombia hasta 1819, pese a que ambas fijan la fecha en 1810, cuando no eran sino las Provincias Unidas de Nueva Granada.

Las cosas se pueden contar de muchas maneras, y los Estados (no necesariamente naciones) se han dotado de una mitología propia desde el principio. Una de las primeras medidas de la Junta Revolucionaria de Mayo en el Río de la Plata fue encargar al dominico Julián Perdriel –hasta hacía poco hombre próximo al virrey Liniers– la redacción de una historia de esas provincias. Perdriel no hizo sus deberes y la tarea fue encomendada entonces a uno de sus promotores más activos del movimiento, el deán Gregorio Funes, rector de la Universidad de Córdoba por designación de Liniers, virrey que fue asesinado al estilo que después sería sello de las desgracias de la república: fusilamiento en un lugar remoto y entierro en una tumba anónima. El primer desaparecido de la historia argentina.


Funes completó su tarea en 1817, un año después de la declaración formal de la independencia: tres volúmenes con el título de Ensayo de la Historia civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán. La obra se conservó de una manera extraña: César Rodney, encargado de negocios de los Estados Unidos en el Río de la Plata, la tradujo al inglés. En 1869 Antonio Zinny, historiador, descendiente de húngaro y árabe, nacido en Gibraltar en 1821 y emigrado a Buenos Aires en 1842, tras comprobar que no existía copia de la versión castellana original, la retradujo y la amplió hasta 1828, añadiendo de su propia cosecha una década más. Dice Miguel Ángel Scenna que con Funes comenzó la "leyenda negra de los tres siglos de dominación hispana, en forma de rebelión intelectual contra la tradición peninsular", y a su vez "esa literatura de guerra justificaba y daba brillo a lo acontecido el 25 de mayo. Y de eso se trataba".

Al decir más arriba que la de Mayo fue una revolución discreta me refería al hecho innegable de que no fue lo que se entiende por un movimiento popular. Por el contrario, fue una acción de las élites. Liniers fue el único virrey elegido popularmente y ratificado a posteriori por Carlos IV, al ponerse en cabeza de la resistencia contra dos intentos de invasión británicos, las llamadas Invasiones Inglesas. Como toda la clase dirigente de la ciudad de Buenos Aires recibió encantada a los ingleses y el virrey Sobremonte (bisabuelo de don Miguel Primo de Rivera) prefirió ponerse a salvo con los caudales del cabildo, Liniers, que se encontraba en Montevideo, organizó la reconquista de la ciudad con éxito en 1806 y preparó su defensa en 1807, también con excelentes resultados, reclutando a la tropa entre los civiles de la zona, de todas las clases y condiciones, incluidos negros esclavos (que así accedían a la libertad) y gauchos trashumantes. Constituyó así un ejército de corte democrático y se hizo enormemente popular. No lo sabía Liniers, hombre leal a España hasta la muerte –y no es metafórico–, pero aquellas acciones enseñaron a la clase dirigente que poseía el poder de defenderse por sus propios medios, en un ejercicio de soberanía.

El problema es que esa clase dirigente, la de los criollos y los peninsulares emigrados, no estaba nada contenta con el triunfo de Liniers, porque lo que deseaban era libertad de comercio, lo que en la época se traducía en derecho a comerciar con Gran Bretaña. En Londres, la cuestión se venía debatiendo en forma explícita desde al menos la década de 1770, como revela el Plan Maitland, publicado por Rodolfo Terragno y disponible fragmentariamente en internet, que San Martín materializó puntillosamente.

Había dos teorías: la de la conquista lisa y llana de los territorios españoles, que fracasó precisamente con las invasiones de 1806 y 1807, y la de la promoción de la independencia para abrir aquellos "reinos y provincias" al libre tráfico. Señalo lo de "reinos y provincias" porque la Indias jamás fueron colonias en el sentido actual de término: ni una sola vez en el inmenso corpus de las Leyes de Indias se emplean los términos colonia y factoría. Y fue el ser reinos y provincias lo que permitió la formación de élites locales, germen de las clases dirigentes de las nuevas naciones, los revolucionarios.

El pueblo llano estaba con Liniers y con el Rey. Mariano Moreno, impulsor principal del movimiento de Mayo de 1810, era perfectamente consciente de ello. Dice en su Plan de Operaciones que hay que actuar siempre en nombre de Fernando VII:

Últimamente, el misterio de Fernando es una circunstancia de las más importantes para llevarla siempre por delante, tanto en la boca como en los papeles públicos y decretos, pues es un ayudante a nuestra causa el más soberbio; porque aun cuando nuestras obras y conducta desmientan esta apariencia en muchas provincias, nos es muy del caso para con las extranjeras, así para contenerlas ayudados de muchas relaciones y exposiciones políticas, como igualmente para con la misma España, por algún tiempo, proporcionándonos, con la demora de los auxilios que debe prestar, si resistiese, el que vamos consolidando nuestro sistema, y consiguientemente nos da un margen absoluto para fundar ciertas gestiones y argumentos, así con las cortes extranjeras, como con la España, que podremos hacerles dudar cuál de ambos partidos sea el verdadero realista; estas circunstancias no admiten aquí otra explicación.

Es decir, que las Provincias del Río de la Plata se independizaban de España en nombre del Rey, porque era la única manera de hacer tragar a la plebe el proyecto. El documento de Moreno es estremecedor, propio de un jacobino completamente identificado con lo peor, lo más sanguinario y perverso del Terror revolucionario francés. No en vano había ido preparando el ambiente: llegó incluso a tomarse el trabajo de traducir El contrato social de Rousseau. Felizmente, había elementos de contención a su alrededor. Quien se tome el trabajo de leer el texto completo, verá con qué notable desparpajo confiesa las relaciones del movimiento con Gran Bretaña, cuya ayuda elogia y para la cual propone como primera compensación la entrega de la isla de Martín García, situada en medio del Río de la Plata y de una importancia estratégica clarísima.

De modo que lo que ahora se conmemora no es exactamente la independencia de los reinos y provincias de ultramar respecto de la metrópoli, España, sino el paso de esos territorios del control formal español al control informal, pero mucho más efectivo y barato, de los británicos. Lo que no significa que España no haya sido a lo largo de estos dos siglos una potencia influyente: aún en 1912, la electricidad en la Argentina estaba en manos de un tal Francesc Cambó...

El resultado de todo aquel movimiento fue el surgimiento de Estados no siempre viables, una serie interminable de luchas intestinas y la multiplicación de dictadores de todo pelaje, lo que hizo escribir a Bolívar, en fecha tan temprana como 1830, en carta a Juan José Flores:

Ud. sabe que he mandado veinte años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos:

1. La América es ingobernable para nosotros.
2. El que sirve una revolución ara en el mar.
3. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar.
4. Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles de todos los colores y razas.
5. Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos.
6. Si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, éste sería el último período de la América.

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19.05.2010

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